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¿Quién mató a mi padre?
Una película de Lourdes Endara T. y Camila Larrea E.
Luego de 55 años de la muerte nunca esclarecida de su padre, Lourdes decide descubrir la verdad. Retoma pistas descubiertas años atrás que le llevaron a pensar que la muerte de su padre fue un asesinato político.
Ramiro, su padre, era un joven estudiante universitario; formaba parte de la Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas, organización radical y semi-clandestina formada en 1960 con militantes de partidos de izquierda. La fuerza que el movimiento estudiantil tomó desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, iba de la mano de la ofensiva de la derecha nacional y de Estados Unidos para frenar la amenaza del comunismo en América Latina. A esta tensión se sumaban las pugnas al interior de los partidos de izquierda entre las tendencias radicales y conservadores. Aunque los acontecimientos del año 1962 dan para concluir que se trató de un asesinato político, no hay ninguna prueba contundente de ello. El único testigo vivo que queda de la muerte de su padre siembra la duda sobre esa posibilidad y abre la puerta a pensar en un suicidio o un disparo accidental.
Lourdes decide considerar esa hipótesis. Indaga sobre la otra faceta de su padre: la de su vida familiar donde la política no tenía cabida. Ramiro se va perfilando como un esposo apasionado pero celoso; un padre amoroso y excesivamente aprensivo; el hermano e hijo protector. Un tipo alegre, justiciero, fiestero, picapleitos, con los pies pocos pegados a la tierra, intentando ser maduro a los 24 años para asumir con responsabilidad su matrimonio y triple paternidad. En él se sintetizaban bastante bien las contradicciones de la sociedad ecuatoriana, que intentaba entrar a la modernidad atemorizada de los chicos que usaban blue jean, escribían antipoemas y bailaban cha cha chá.
Lourdes inicia una operación detectivesca para reconstruir los hechos previos y posteriores a la muerte de su padre, donde entrelaza los sucesos políticos con los familiares, buscando un cabo suelto que le permita descubrir la verdad. A medida que se construyen las dos hipótesis y que Lourdes procura descartar una de ellas, descubre que nadie más quiere hacerlo: ni los pocos amigos de su papá que quedan vivos, ni su familia, que ha borrado –con o sin intención- cualquier rastro físico de Ramiro. Nadie quiere preguntarse qué pasó esa víspera de navidad, salvo su madre, pero su memoria es ya muy frágil.
Las distintas personas con las que conversa dan versiones contradictorias sobre las circunstancias de la muerte de Ramiro y sobre donde recibió el disparo que lo mató. La única opción que le queda es constatar físicamente la trayectoria de la bala. Solo puede obtener esta información exhumando el cadáver para un peritaje forense. El trámite, aparentemente sencillo, se traba porque nadie tiene la cédula de identidad de su padre y ni siquiera hay una anotación de su número de identidad. El único lugar donde queda constancia legal de la existencia de su padre es en el cementerio en que está enterrado. No tiene más alternativa que acudir allá.
Finalmente, con el trámite legal hecho, podrá recibir el dictamen forense, siempre y cuando quede un último vestigio de lo que fue su padre en el nicho donde fue enterrado. Al descubrir la verdad, Lourdes comprenderá que la muerte es mucho más que la ausencia física de una persona.